Y me escapé a San Clemente del Tuyú.
Armamos sendas mochilitas con Chèrie, i-pod para el viaje, el libro de Cousteau, Narciso y Goldmundo de Hesse, la cámara y alguito de ropa.
Paramos en un hotel retroperonista, dormimos mucho, fuimos a los fichines, y cenamos en Rincón Oriental, un restaurant de comida árabe regenteado por un judío sefaradí que es un personaje. El tipo me vio entrar y me sacó la ficha al toque. Nos coglamos hablando un rato, no paraba de hablarme de guita, un clásico. Me contó que era algo así como el delivery oficial de Quintín.
El domingo, Mundo Marino. Experiencias de ese corte son las que me hacen cuestionarme la posibilidad de largar todo a la mierda, estudiar biología marina y buceo profesional y vivir al margen de todo. Pero se ve que no sólo el amor es más fuerte.
Mundo Marino está bastante bien. No guardaba prácticamente recuerdos de alguna oportunidad en la que haya ido, con lo cual, no hay chances de contrastes. No es Temaikén, pero se defiende.
Además, la posibilidad de tener una orca a pocos metros, por más que sea de outlet y con la aleta dorsal doblada, es emocionante...