Mientras vengo debatiendo con el amigo Jack sobre la naturaleza del conflicto palestino-israelí (o a estas alturas, árabe-israelí), me quedó todavía el regusto de las imágenes de ayer de la retaliation zarpada en Beirut. Me cuesta entenderlo. Por una parte, el ejército israelí tiene un esfuerzo de inteligencia desplegado en la zona que normalmente valida lo que hacen. No en términos morales ni matemáticos. Sino en términos estratégico-militares. No porque esté rescatando soldados, sino porque algo grosso hay detrás y no dan puntada sin hilo.
Por otra parte, todo ejército tiene razón de ser en el conflicto o en la vigencia de la amenaza. Lejos de ser una picardía, muchos milicos entienden que sólo mediante la generación de hostilidades periódicamente pueden validarse de cara a la sociedad. Me refiero a pelear por una porción del presupuesto, por prestigio, privilegios, etc.
En el medio de esas reflexiones se mezcla mi vieja, que con toda la ignorancia de la que puede ser víctima, me llama contándome que la argentina que murió ayer cerca de Nahariya fue amiga suya de la adolescencia, tratando desde la lejanía en tiempo y espacio de hacerse eco de un dolor que no es muy genuino para manifestar un temor que si lo es: el de mis abuelos/sus padres, mis tíos/su hermano y cuñada y mis primos/sus sobrinos, en Rishon LeTzión, cerca de Tel Aviv.
Luego es la sensación de retroceder años, hasta los primeros grados de la primaria, donde con mis compañeritos repetíamos sin entender lo que decían los grandes, que si Israel ataca a algún país árabe, todos los árabes atacarían Israel y eso nos daba miedo.
Y por último, una pregunta de Ari Mesch en el chat, que me abre un escenario de ficción apasionante y al mismo tiempo me da un leve retorcijón en el estómago, por acto reflejo
¿Y si esta vuelta Israel no gana?