Hasta que llegue el telegrama

Este blog funcionará hasta que llegue el telegrama de renuncia o despido...

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Wednesday, February 15, 2006

Bueh, total, el blog no deja de ser un espacio borrador en sí, con lo cual, puedo poner el cuento en borrador...sin las correciones de Chèrie.

Dos Farsantes

El tiempo se desparramaba como el líquido de cuarzo del reloj que vigilaba los movimientos en el escritorio. Una lapicera de buen pedigree giraba sobre su improvisado eje con cada nuevo empujón cronométrico. La mano responsable terminaba en un gemelo de esos que no tienen otra alternativa que ser de oro. Y el reloj parecía mirar indignado, como si no confiaran en su capacidad de medir el tiempo. Debía ser eso lo que hacía que el tiempo pase tan enrarecido, lento. Porque si no fuese por los relojes, no mediríamos el tiempo tan compulsivamente. El farsante que estaba del lado del escritorio que se les da a las visitas o a los subordinados ya había medido su tiempo tachando palitos. Sabía de compulsiones. El tiempo pasaba lento también porque, después de todo, era una despedida. Dicen que en realidad son cortas, que uno las vive eternas, dilatadas y lo que realmente ocurre es que son tan fugaces como cualquier otro momento. El problema es que cuando las recordamos, el recuerdo sobrevive estirado en comparación con un día cualquiera de lluvia. Era singularidad ambigua la que lo empujaba a ver si podía hacer de esta despedida insignificante un experimento.
Ahí estaba, en una jaula de vidrio, sentado en una silla que sepultaba la gomaespuma mínima indispensable tras un tejido de tela negra, haciendo su despedida experimental.
Del otro lado del escritorio, donde se sientan los que dan las órdenes, estaba sentado el otro farsante. Se escudriñaban mutuamente, conscientes los dos de una subestimación simultánea. El más joven de los dos se marchaba. Adieu bye-bye. Estaba cansado de la dictadura del tiempo en esa época y creía que iba a liberarse en manos de otro tirano. Sabía que para cuando baje el telón y pongan fin a la obra y todos se vayan a su casa, para él habría sido todo una obra, pero su obra. Bajarse del escenario no estaba en los planes, así que empezó a jugar con la idea de tirar el libreto por ahí e improvisar a mitad de camino. Esa determinación parecía empezar con una serie de despedidas. Esta era una de ellas, la más insignificante tal vez, dato particular que podría justificar el riesgo del experimento. Experimentamos con aquello que no nos importa tanto que se rompa. Lo sagrado, no se pone en juego. Algunos elijen experimentar con sentimientos ajenos. Otros, con otras mentiras organizadas en forma menos prolija.
Pensaba abrir el diálogo y preguntarle si era capaz de salirse de la farsa por media hora y hablar como dos humanos. Pero eso hubiera roto el hielo y varias cosas más. Así que optó por hablar primero de cualquier cosa y aprovechar que el tiempo transcurría lento para analizar minuciosamente en qué momento convenía quitarse la máscara.
En una de esas pausas entre segundo y segundo se le ocurrió por ejemplo que, después de todo, el otro farsante estaba en ese lugar llevando adelante la ficción que le tocó. O la que eligió, porque es la que le daba cierto micropoder. En otra de las pausas creyó encontrar la posibilidad de que se tratase de un verdadero inútil. Un embaucador, el hijo menor, el inútil de la familia que no estaba a la altura de la fortuna familiar y por eso lo tenían bien lejos de la administración de los bienes del clan patricio. ¿Era todo tan fácil?, pensó. ¿De estas pequeñas miserias estaba hecha la vida? ¿Era esto el capitalismo en el mundo o era su versión atada con alambres, tan argentina?. Por momentos se conformaba con esa idea. Sin llegar a estar resentido porque el dinero con el tiempo adquirió la importancia justa o por lo menos, lo dejaba en paz saber hacerlo crecer cada tanto, despreciaba esa pose exagerada de ricachón con la que su interlocutor se mostraba frente a los que él llamaba su equipo. Pensar así, creía, le daba el alivio de saber que tenía razón. El problema empezaba con no saber qué hacer una vez que sabía que efectivamente la tenía. Una tautología para el caso le servía igual, y se ahorraba todo el análisis. Todos los niños ricos son así o asá y se acabó. Era como sostener que sólo se leen los libros de aquellos que estudian las reglas de cómo escribir. Si se había animado a escribir sin reglas, podía tranquilamente sacar de contexto al farsante que tenía frente suyo y tratar de llegar al tipo con el objetivo de hacerse una idea menos cliché en treinta minutos, si no se distraía con algún llamado o e-mail emergente.
La conversación recién finalizaba el todobientodotranquilo. A esa altura no le cabían dudas, el tiempo transcurría lento y su mente a mil por hora.
Sin romper demasiados protocolos, lo llamó por su nombre, hizo una pausa, y anunció que se iba. Esperó la reacción, que no tardó mucho. Todo estaba en su mente. Todo. Incluso ese lapso en el que se le ocurrió verlo como un tipo que lo estaba envidiando secretamente. A él, que era joven y contaba con la posibilidad de salir de ese embrollo en el que se había metido por tratar de demostrarle a alguien (¿a su padre tal vez?) que podía hacerse camino solo. Ahora se correría a un costado para vivir de los adoquines desmontados del camino de su padre y de lo que pueda hacer de ellos. Mal que le pese, todos heredamos algo. Quizás esos gestos de alta cuna son la herencia que el farsante que estaba sentado del lado de los que dan órdenes heredó. De una u otra manera, usaba sus modales de señor de la guía azul en una industria que poco conocía de eso. El resto de los que daba órdenes no terminaba de digerirlo. Actuaban frente a él con diplomacia y, a sus espaldas, dejaban en claro que lo habían descubierto.
Una clásica sonrisa falsa anunciaba que, otra vez, pondría cara de poker sin haber visto las cartas. Odiaba a los tipos que abusaban más de su imagen de ganadores que de su verdadera suerte. De a poco se iba dando cuenta de que el experimento conduciría inevitablemente al fracaso. Ofrecerle comprensión sería una invitación a la mirada altanera, a esa mirada compasiva hacia ese chico que se animó a intentar hablarle de igual a igual. ¿Qué sentido tenía todo, al final?. Si en última instancia se trataba de un infeliz por vocación, ¿qué pretendía? ¿salvarlo?.
Primero recibió una felicitación porque el farsante creía que una decisión de ese tenor siempre guardaba motivos vinculados con un estar mejor. El otro farsante lo escuchaba y en sus adentros admitía que, si no estaba siendo sincero, los libros de gerenciamiento de los recursos humanos (ya ni siquiera relación entre personas) estaban volviéndose cada vez más ingeniosos con la encriptación de la tiranía de las jerarquías.
Acto seguido, la pregunta de rigor. ¿Valía la pena decirle qué iba a hacer?¿Era ése el momento para sincerarse? ¿Contarle sus motivos verdaderos, o montar el andamiaje de una nueva farsa? Si daba vuelta su juego, tenía que evitar codificarlo en el lenguaje de los hombres de negocios. Era eso o mostrar bandera blanca y claudicar una vez más a la hipocresía. Pero no se sentía a gusto con esa idea. Nuevamente concluyó que al mostrarse desnudo terminaría haciendo un ridículo mayor al que haría quitándose los pantalones. ¡Qué estupidez emular la desnudez con la honestidad! No hay nada más sencillo que desvestirse, sobre todo en esta época. Ahora, hablar en serio, eso sí que era un tabú que bordeaba lo obsceno. Comenzó a convencerse de que todo hubiera terminado en una exposición inútil a los ojos de aquel farsante. Entonces optó por desenvolverse como un pollito que se dibuja una cresta para hablar entre los que quisieran que fuese uno de los suyos.
Un proyecto personal fue todo lo que dio por respuesta y mucha suerte fue lo que obtuvo a cambio. Un estrechón de manos firmes, testeando fuerzas como se hacía antes de que estas farsas deviniesen en algo tan burdo y sofisticado.
Salió de la jaula de vidrio, sonriendo feliz por no salir victorioso a los ojos de nadie más que de sí mismo, sabiendo que eso, también, era parte de la farsa.

4 Comments:

Blogger Niño Barroco said...

gracias melchor...y el ruido se apaga con un taladro, como en Pi de Aronofski

7:53 AM  
Blogger Niño Barroco said...

deberías...esa y Requiem...

12:02 PM  
Blogger Niño Barroco said...

requiem for a dream, mi estimado.
Combo de las 2 una tarde lluviosa...y a partir de ahi, a encontrarle sentido a la vida...

6:51 AM  
Blogger Niño Barroco said...

Jennifer Connely...una diosa total.
La peli es rara, no llega a dejar más moraleja que un ojo con la heroína, que es una mierda...
Independientemente de eso, me gusta como filma el muchacho...efectos visuales muy fuertes...está bueno...

7:59 AM  

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