Sábado a la tarde, festival Buen dia! en el corazón de Palermolandia. Gente flotando, todos en pose light. La deformación académica me obliga a mirar patrones de agregación de valor para distinguir un proyecto viable de una burbuja. Palermo y su cultura, mal que me pese porque suelo consumirla, son una burbuja que estallará tarde o temprano. O sea, no puede haber tantos chicos ricos con tristeza. Hay, pero no tantos. Las agencias de prensa, creativas, rrpps, fotógrafos, sellos independientes, marcas de ropa, libritos de poesía etérea, no tienen una escala que les permita sobrevivir más allá del horizonte. Cuántas remeras de 45 pesos pueden comprarse para que alguien pueda vivir de venderlas? Cuántas velas aromáticas podés tener en tu living, por más fashion que seas? Cuánta pilcha de 140 mangos podés comprar? alcanza para que los productores de esas extravagancias (nunca mejor dicho) paguen alquiler, algo de publicidad por más que garroneen canje, y encima tengan guita para vivir el ritmo de vida palermitano que implica cenas que no bajan de los 60 mangos por cabeza?
De la nada, mientras me enrroscaba en esas ideas y una bandita tocaba cualquier cosa, humito de porro y burbujas se mezclaban, como si quisieran decirme, "si, tenés razón, ¿y qué?".