A pedido de Melchor, profundizo la experiencia química en Iguazú.

Si bien no fue un Me Dieron Mucho Amor, se pareció bastante a uno de esos momentos de perfect bliss, una euforia pero vinculada más que nada al buen momento que estaba pasando. Por supuesto, arrancó incómodo, me cago y me orino, me sofoco, respirá hondo, es un viaje, dura lo que dura, y después la burbuja dentro de la caja del cráneo y pluf, chau burbuja y esa sensación de alegría y una mueca estúpida parecida a una sonrisa y un qué bien que estoy cada 2 minutos entre trago y trago de agua. Mi amiga se encargó de hacerme unos mimitos tranquis, lo abracé a mi amigo, puro amor, afecto pulenta, con vagos residuos eróticos (o sea, la mente seguía al mando, no es una droga sexual por más que el tacto implique reacciones propias de entrar en contacto con otro cuerpo, lo que primó en mi caso fue algo de corte espiritual). El resto de la tropa estaba limpia, con lo cual era la atracción del circo. Y llegar a esa cascada increible, sentir el agua golpeando con fuerza la cabeza y la espalda, la textura de la piedra humeda, la temperatura del agua que era ideal, perder los lentes de sol y que no me importe...
La vuelta de la laguna trajo como novedad empezar a mandibulear...el sabor de un rico jugo de ananá en la estación central, el calor, un mareo que se parecía a estar hamacándome, cantar La Portuaria y sentirme contento como si la cabeza no me pesara, llegar a garganta del diablo con el trip en low gear, contemplación, no entender de dónde sale tanta agua todo el tiempo...